Mi vecina de enfrente abre la puerta y ventanas, y casi detrás de ella sale su hija chupete en boca. Que ricura de chiquilla. Oigo el timbre de una bici una y otra
vez. Otro pequeño guadalupeño no para de subir calle arriba, calle abajo. El
día parece que comienza en Cocoyer. Hace buen tiempo y estoy sentado en la terraza a punto de
desayunar. Me encanta.
Cocoyer
se ha convertido desde el tecer día en el centro neurálgico de mi retiro casi
espiritual. El lugar donde comienzan y acaban mis días. Cocoyer no es sino un
pequeño barrio, tal vez hasta la palabra barrio le venga grande, del municipio
de “Le Gosier". En realidad es un grupo de casas repartidas en medio de un
paraje que a mí de alguna forma me tiene embelesado. Pura naturaleza plagada de
cocoteros, alguna platanera, árboles frutales, vegetación del Trópico. Estamos
al suroeste de la isla “Grande Terre”. El archipiélago antillés de Guadalupe se
compone de varias islas; “Grande Terre” y “Basse Terre” son las dos mayores y
están unidas por un puente de apenas unas decenas de metros, haciendo del
conjunto una especie de mariposa con un ala algo amorfa. Cada día cruzo al
menos dos veces ese puente. “Marie
Galante”, “La Désirade”, “Les Saintes” y otras más pequeñas completan este
pequeño territorio tropical. “La Désirade”, “La Deseada” en español, fue la
primera isla del Caribe que pisó Colón en su segundo viaje a las Américas. Imagino que el nombre debe estar más que
justificado cuando navegas cruzando el Atlántico sin saber bien cuál es el
destino y los días se eternizan.
En
Cocoyer no hay mucho que hacer. En realidad lo hay y no lo hay. Tiene un
encanto especial, un lugar del que muchos huirían. En realidad así ha sido. Por
mi casa, antes que yo, han pasado ya muchos. Muchos que se han quejado de la
lejanía, de la dependencia de coche, de los cortes de agua cada tres días. Comparto
“barrio” con dos compas, dos madrileños que llegaron dos días después que yo y
que poco a poco y a base de compartir coche para trabajar y compras en
Carrefour (una necesidad que casi se ha convertido en hobby), nos hemos convertido en el “trio Calavera”. El nombre se lo debemos a
Luis, o Luigi. El otro integrante es Alejandro, o Lesmes, o como yo lo he
bautizado, “el Madrileño”. “El Madrileño” es el claro ejemplo de hombre de capital
con lo que todo eso conlleva, básicamente mucha prisa. “Luigi” intenta
adaptarse más. En cualquier caso buena gente con la que paso la mayor parte de
mi tiempo y que poco a poco van entendiendo mi filosofía de vida. La filosofía
de casi cualquier isleño, en la que la palabra prisa es casi una herejía. Luigi
lo entendió perfectamente cuando le dije: “mira no me digas hora de estar listo, porque entre
que me decido a prepararme, lo hago y termino ya me habrá pasado media hora de
la que me dijiste”. En cualquier caso estando como estamos en una isla mi filosofía tiene
las de ganar.
Ellos
viven justo en la casa que hay detrás de la mía, y debajo de los caseros. Yo
tengo una pequeña villa con tres habitaciones, dos baños, cocina, garaje, un
salón donde cabría toda la isla y un jardín con césped donde se podría jugar la
final de la Copa del Rey. Y todo para mí solo. Bueno no todo para mí solo.
Tengo una pequeña araña que está alojada en la ventana de la cocina y que me la
mantiene limpia de moscas y pequeños bichos; una familia de cucarachas que
salen a saludarme principalmente cuando he cocinado algo; una pareja de
pajaritos a los que le han concedido una hipoteca y están construyendo su nido
de amor en una de las lámparas de la terraza; tres gallinas enanas y medio
desplumadas que se meten en “mi propiedad” cuando les entra en gana, una
manifestación de lagartijas de diferentes colores o la misma que cambia a
menudo de traje; algún mosquito que viene a darme un beso de buenas noches y me
deja un chupetón, a “Manu”, o como se llame, un amor de perro, que tiene su
caseta en la entrada de “Luigi” y “el Madrileño” y que se alegra tanto de que
vaya a saludarle cada día que me suele mear encima (¡cómo te extraño Lucas!). Pero
sobre todo tengo una orquesta filarmónica compuesta de grillos y pequeñas ranas
que tienen ensayo siete días a la semana y que parece que afinan mejor de
noche. Sin embargo toda selva debe tener un rey. Guadalupe no tiene leones, al
menos en libertad, pero tiene a “Perico el Gallo Cantor”. Un campeón emplumado
que no tiene reloj y piensa que la hora de despertarse es las 4:30 de la
mañana. Un auténtico chulo de la jungla con cresta prominente y pectoral
desarrollado que encaramado desde un árbol parece mirarnos y reírse cuando
llegamos después de trabajar. Pero quién soy yo para cambiarle sus costumbres.
Al fin y al cabo es el rey y yo un simple invitado.
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Posando en "mi propiedad" |
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El coche familiar del trío Calavera |
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"Mi jardín" |
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El camino que me conduce a mi retiro |
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Vistas de Cocoyer |
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Luigi y Lesmes |
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El nidito |
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Con mi nuevo amigo Manu (que no se ponga celoso Lucas) |